Me enfermé. Ayer fui a trabajar y a la hora me estaba volviendo a mi casa en el 67 con los ganglios gigantes y la garganta al rojo vivo. Mi jefa se ríe de mis mensajes de texto y dice "hasta enferma tenés buen humor". Y, sí. Es obvio que me enfermé por los nervios, que mi cuerpo respondió así al poco descanso real que le vengo dando. Y este alivio momentáneo, que en parte tiene que ver con tener todo bastante bajo control, hizo posible que volviera a soñar. Y mejor aún, que recuerde lo que soñé. Primero fue un sueño en el que pasaban muchas cosas, yo tenía mucha marihuana en un bolsita de verdulería, estaba de vacaciones, aparecía una compañera de la primaria que me contaba cosas de su mamá. Después yo me iba a caminar y me encontraba con mi prima Pérez. Las dos nos poníamos muy contentas, estábamos cerca de un río y charlábamos sobre un libro, creo que de Kafka, que yo había conseguido recientemente y ella había leído hacía mucho y lo había perdido. Era un libro importante para ella, le traía buenos recuerdos. Después se nos sumaba una tercera mujer al paseo y hasta ahí llegué.
Y hoy volví a soñar con vacaciones. Estaba con bastante gente en algún lado viendo a una banda. Estaba la novia de un chico, pero no el chico. En el sueño los demás se referían a él como "Sol". Raro. Después nos subíamos al auto de Agustín, yo iba atrás hasta que quien iba en el asiento de acompañante se bajaba, él adivinaba mis ganas de ser copiloto y me invitaba adelante. Yo pasaba como niña, por entre los asientos, nada de bajar por atrás y volver a subir. En cuanto me sentaba adelante, resulta que estábamos en un avión, en un aeroplano porque planeábamos sobre lugares, los mirábamos y comentábamos. Había un puente con algo dibujado, algo relacionado con un caballo, y sólo se veía desde nuestra óptica el dibujo: era un descubrimiento. Íbamos sobre un patio enorme, color ladrillo, como de colegio, de recreo. Y ahí la fabulosa idea de bajarnos del avión y aterrizar volando. Nos agárrabamos de la mano y saltábamos, sin nada de miedo. Yo tenía un paracaídas pero no hacía falta usarlo. Nos reíamos y todo nos parecía fantástico. Cuando íbamos llegando al suelo, solitos desacelerábamos la marcha y tocábamos el piso correteando un poco, por el impulso. Un aterrizaje perfecto.
Quizás ese sueño sea una metáfora del proyecto en el que estamos embarcados, y este dejarnos caer, dejarnos estar, sea un buen augurio.