Fiesta onda vintage, con lo más predecible de la música ochentosa , que ni poniéndole muchas ganas, salvo que uno esté muy ebrio, como ya no sucede por estos pagos, se remonta. Pero la esperanza de la noche: tocan los twists, señores. Por lo menos nos íbamos a divertir un rato. Previo, lo buenísimo: unos payasos malabaristas de la hostia. Sale Pipo Cipolatti al escenario, hablando no con una papa en la boca sino más bien con setenta. Inentendible todo salvo tres o cuatro chistes que tiró, lo mejor del show ("me despido de los twists, están todos despedidos"). El sonido era pésimo, ellos eran pésimos todos. Quisieron sonar como Elvis pero no le llegan ni a las caderas. Patético, la verdad, ni ganas de bailar te daban. Claro que la barra tenía esos precios exorbitantes de 10 pesos la lata de quilmes, pero un fernet calmó la sed.
Lo pior de lo pior: fui al guardarropas a sacar mi campera de adentro de una mochila amiga ¡y me hicieron pagar de nuevo para dejarla! No hay nada que me dé más odio que los pelotudos que hacen esas bastardeadas como si les fueran a pagar más por hacerlas, por hacer que su empleador, que seguro los contrata en negro, gane más plata. ¡Pelotuda! La justificación: cumplo órdenes. Yo te ordenaría que empieces a usar tu cerebro. Mucha bronca: esto no es lo que una espera de su sábado. Como mínimo un poco de cachengue como la gente...