26.12.05

hermitaña en la ciudad

NO sabía si era miedo o si simplemente era que no le gustaba su imagen. pero... ¿cómo podía saber si le gustaba o no si no la recordaba? la última imagen de si misma que tenía era de los ocho o nueve años, cuando escapó de su casa. desde ese momento nunca más se miró en un espejo, sino que huyó de ellos casi con pánico. aunque a la mayoría nos parezca incompresible el tenerle miedo a los espejos, para ella ya era normal. en su casa no había uno solo. los vidrios de las ventanas tampoco mostraban su reflejo porque especialmente los había mandado a hacer opacos. no tenía que temer por encontrarse frente a frente consigo misma dentro de su casa. en cambio en la calle era distinto. era inevitable verse al mirar una vidriera o al pasar un coche, encontrarse en el espejo retrovisor. se sentía acosada y perseguida por su propia imagen, que aunque no recordaba con nitidez, sabía que cómo era. no podía describirse físicamente pero lo sabía. (suele suceder que uno no puede expresar determinada cosa, pero está seguro de que la sabe). no tendría que pasar mucho tiempo frente a un espejo para encontrar en ese cuerpo de mujer los mismos rasgos de niña pequeña que eran tan suyos la última vez que se vio completamente. a pesar de todo esto, sabía con exactitud como describirse a sí misma en cuanto a su persona. porque las personas no son solo el aspecto, sino muy por el contrario son lo que piensan, lo que sienten, lo que dicen, lo que hacen y también son la gente que acompaña su día a día, gente que en el caso de ella no existía. era completamente solitaria, casi se podría decir, una hermitaña de ciudad. sin embargo se conocía a la perfección, mucho más de lo que conocía su rostro. sabía que le gustaba ver su pequeño pero confortable departamento de la calle Esmeralda (también sabía cuanto le gustaba el nombre de su calle) ordenado y limpio. más limpio que ordenado ya que el polvo le provocaba irritación en los ojos. era importante clasificar los objetos que convivían con ella para encontrarlos fácilmente. por esto no tenía muchos muebles, no más que los necesarios: una cama de dos plazas (demasiado grande para su soledad) y a cada lado de esta una pequeña mesa de luz de formas curvas y de patas redondeadas, de esa madera que tanto le gustaba pero que no sabía cuál era, aunque siempre la reconocía. una de las mesitas de luz tenía un vidrio que la cubría con la finalidad de no marcar la madera con un vaso mojado, o con un cigarrillo que rodara sin querer, rehuyendo al cenicero. la otra, no tenía más el vidrio porque se había roto algún tiempo antes pero poco importaba ya que había elegido el lado izquierdo de la cama, quedando así opuesta a la ventana que daba a la ruidosa callecita, por lo que la última mesa de apoyo no la usaba más que para dejar sus libros. también en el mono ambiente con kichinet tenía una mesa y a su alrededor cuatro sillas de madera oscura y un tapizado mugroso y de mal gusto pero que no le importaba demasiado ya que eran pocas las veces que comía allí. también, la usaba para dejar libros o para sentarse a leer y a tomar mate sin cebador ni compañero. el departamentito estaba bien iluminado. todas las mañanas el sol invadía el ambiente demostrándole cuán limpio estaba o cuánto repaso necesitaba. por lo general esto último no sucedía ya que se mantenía al día cono la limpieza. excepto esa semana de abril en que había estado enferma y no se había movido de la cama. estaba tan acostumbrada a vivir así que no sentía tristeza ni necesidad de que alguien le tomara la mano de vez en cuando, le dijera "me gustan tus ojos" o le regalaran una flor. ella era autosuficiente y podía comprarse su ramito de fresias o jazmines cuando era época cada tres días. no existía la verdadera necesidad de un otro. ella y su soledad bien amigas se habían hecho a lo largo de esos años. como nada importante en su vida pasaba, tampoco necesitaba amigos. desconfiaba de la gente. pero era feliz así. o no sé si feliz, ya que no conocía otra forma de vida como para no ser feliz con esta. no tenía ninguna sensación fuera de lo común y rutinario. no se sentía sola porque no sabía lo que era estar acompañada. no se sentía triste porque tampoco conocía este estado del alma. creía que no tenía más que desear que lo que ya poseía. sus libros, su pequeño departamento, su cama lo suficientemente amplia como para estirarse a la noche meintras dormía y moverse sin molestar. no necesitaba trabajar ya que por una razón que no recordaba ni quería recordar tenía una tarjeta de Banco Nación a su nombre con la cual podía obtener todo lo que quisiese. se sentía inalcanzable e imparable pero en realidad no era mucha la satisfacción ya que no era mucho lo que deseaba. simplemente un libro o dos al mes y pinturas con sus bastidores, pinceles, paletas, trementina y agua ras con lo que pasaba tardes enteras inmersa en el mundo de sus cuadros que se iban acumulando en pilas dependiendo del tamaño (siempre tres tamaños de telas compraba, ni más ni menos, siempre los mismos tres tamaños) y que de vez en cuando volvía a mirarlos. a pesar de que existieran no había ninguno colgado en las paredes, y nunca pintaba caras. sí personas, pero sin cara. la afligía y la angustiaba el tema de los rostros. se refugiaba en pinturas y en libros. leía sin cesar a veces noches enteras. se desvelaba y seguía leyendo acostada en su cama con varias almohadas atrás de la espalda para estar en una posición suficientemente cómoda como para aguantar despierta hasta que rayase el alba. sus autores predilectos eran el uruguayo Benedetti, el chileno Sepúlveda, el argentino Cortázar y el americano Auster. aunque eran los que prefería, ella leía muchísimas cosas más pero curiosamente siempre ficción. ni biografías, ni ensayos, ni diarios. solo ficción. sentía que su vida transcurría sobre un escenario y no le importaba quién conformaba su público. sabía que nadie estaba allí para verla pero igual la veían y no le importaba. ella vivía y vivía y actuaba para su audiencia sin nombre ni procedencia en su teatro gratuito. pero no hablaba. sus cuerdas vocales estaban secas ya que no tenía con quien hablar. sus sentidos poco a poco se desvanecían cayendo en el deshuso. era triste pero cierto. no tenía voz, pronto no tendría oído porque no tenía a quien escuchar y no quería tenerlo tampoco. no le agradaba la realdiad así que prefería no enterarse de lo que sucedía. entonces nunca se compró una radio siquiera y no leía los diarios. quién sabe si el tacto no le desaparecería también sin tener a quien acariciar. sin embargo realmente le agradaba su vida taciturna y a su velocidad, casi parada en el tiempo. sabía que era muy metódica para ordenar y clasificar. le gustaba especialmente la clasificación por tamaños. así tenía ordenados sus libros en los estantes y sobre la mesa, sus cuadros en el piso, sus vasos en la alacena y sus fotos en un baúl. sus mayores tesoros eran las tres fotos. en blanco y negro una pequeña, una mediana y una grande. abuela, abuelo, familia. no los conocía pero sabía quienes eran. y era su única conexión con la realidad. por eso nunca las miraba aunque si les pasara algo podría llegar a morir. pero qué le importaba morir si ni siquiera vivir quería. no tenía objetivos ni metas, sólo transcurría sin molestar a nadie, sin que nadie interrumpiera su soledad, sin dejar marcas en la vida de nadie, pasando desapercibida por todos lados, invisible, imperceptible y sin que los demás pudieran penetrar en su ficticia realidad. y así, a su manera, era infelizmente feliz.

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