Ahora bien: el público estaba en cualquiera. Toses constantes, murmullos, gente tomando bebidas tapando el escenario con las botellas. En un momento dado, justo en una de las escenas más conflictivas donde se develaba la adicción de la madre, suena un teléfono. Igual que el que sonaba dentro de la escena, con un ring "antiguo". Los actores no se inmutan, la escena continúa. Yo pienso que es parte de la trama, que el teléfono suena y ellos no lo atienden por estar en el medio de una discusión. Vuelve a sonar. Ellos no dan señales ni siquiera de estar oyéndolo. Raro, pero podría pasar, que sea parte del guión. Otra vez, vuelve a sonar incesante. Los actores se desconcentran. El público, en el sector central de la platea no para de moverse, de quejarse por lo bajo, de reírse sin disimulo ¡A algún malparido le está sonando el celular! Ahí me doy cuenta de lo que está pasando. La gente se inquieta, la escena trata de seguir con un Daniel Fanego y una Claudia Lapacó en cualquiera, donde no se sostiene la tensión, donde nadie está prestando atención, donde la ficción se cayó por completo. El episodio finalizó con una de las acomodadoras yendo hacia el lugar de la platea donde estaba el quilombo, gente señalándole de qué bolsillo provenía el sonido, ella acercándose interrumpiendo a toda la fila hasta el señor que no se dignaba ni siquiera a silenciar su aparato que no paraba de sonar, ella se lo saca, él dócilmente se lo da, ella se retira con el celular bien apretado dentro de su puño, como si eso pudiera evitar que el sonido se propague si llegara a llamar de nuevo.
Llega el intervalo. El señor de adelante nuestro (amante del teatro por la conversación que pudimos tener con él) se da vuelta hacia nosotros con cara de ¿ustedes vieron lo que acaba de pasar? Mi acompañante que, como yo, no puede salir de la estupefacción, me dice "¿vos viste la secuencia que se armó?", "seguro que es un viejo de mierda , perdóneme señor, que tiene un celular y ni sabe como apagarlo", fue mi respuesta. Ahí me acordé de mis abuelos que ambos tienen celulares que no saben usar, que yo no entiendo para qué los quieren y que van seguido al teatro. Ojalá que ellos no hagan estos papelones, que no sean tan irrespetuosos, pienso. La acomodadora superheroína vuelve para cagar a pedos al señor que se levanta y va a su encuentro. Un pobre viejo, muy viejo, muy gagá que obviamente no tiene idea cómo se apaga un celular pero que también es flor de hijo de puta porque aunque no sepas cómo apagarlo te levantás y te vas, no dejás que suene sin parar. Ella lo retó un poco, él puso cara de sota, o de viejo gagá que viene a ser más o menos lo mismo, y se terminó el espectáculo.
Ah, no. Falta toda la segunda parte de la obra.
Desde ya aclaro que no estoy defendiendo esta obra en particular, porque bastantes malas las actuaciones, bastante poca maquinita armaban, de por sí era difícil mantenerse concentrado cuando el texto sonaba a texto y no había nada de acción, cuando las palabras se decían porque había que decirlas, los movimientos se hacían porque estaban marcados, y poco y nada surgía de lo que pasaba allí mismo. Sólo me indigna el poco respeto que tienen los mismos espectadores para con los actores, que están allí haciendo su trabajo, para nosotros.
Cabe preguntarnos entonces, qué nos queda pedir para la gente que ni se asoma a una sala de teatro, cuando nosotros mismos no respetamos lo que allí se hace. Cabe preguntarnos contra quién estamos luchando cuando Macri desfinancia la cultura (entre otras cosas más graves que desfinancia) y usa el San Martín para hacer fiestas privadas. Lamentablemente luchamos contra un espejo, porque el 60% de la gente de esta ciudad votó a Mauri. Sí, qué bueno que yo no, pero qué grande el monstruo que tenemos por delante.
Así uno se da cuenta que todo está relacionado con esa cosa amorfa que llamamos "la política", y que uno como individuo reproduce y habilita posiciones y decisiones ideológicas aunque crea que no. No sólo con el voto se construye (o destruye) la realidad, muchachos. Hay que hacerse un poco más de cargo.
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