El jueves pasado deseé con mucha sinceridad que sucediera algo que impidiera que trabajáramos. La imaginación nos llevó hacia una inundación catastrófica que destruyera los expedientes y las computadoras. El viernes llegamos a la oficina, nos hicimos unos mates y pum, explosión. La caja de luz de la cuadra voló por los aires, el humo entró en el edificio, salimos sin poder creer que nuestro deseo se había convertido en realidad. A las 9 y media estaba tirada en el pasto, tomando mate y otras yerbas. Increíble la buena suerte, un día libre regalado. Fue como tener hora libre en la secundaria, esa alegría de la libertad inesperada, con el plus de que ahora en la vida adulta uno puede hacer más o menos lo que quiere, mientras que cuando estaba en el colegio no podía salir a la calle, podía ir a tirarme en algún rincón o al patio, pero no ir a callejear. Un excelente comienzo de fin de semana.
El lunes estábamos en plena clase de teatro, pleno y hermoso trabajo cuando otra vez se cortó la luz. Pensamos que era algo pasajero y solucionable tocando eso que llaman tapones (nunca entendí nada del rubro electricidad), pero no. Había explotado el medidor de la escuela. Raro. Tuvimos que suspender la clase, siendo la anteúltima que nos queda. Pero otra vez ahí lo inesperado. La sorpresa. Todo derivó en una noche de callejeo, de entrar en una plaza por una reja rota, de cena con amiga, de charla interminable, de risa hasta las 2 de la mañana. Un excelente comienzo de semana.
A veces la ausencia de luz es todo lo que se necesita.