Hace dos días dije: si no paro un poco, un día aunque sea de quedarme en casa, adentro, mi resfrío arrastrado hace dos meses no se me va a curar. Entonces me quedé en casa, todo un día, sin salir más que a la china de enfrente, sin hacer nada más que leer giladas (y no tanto) en internet, sin cumplir ninguna obligación, sin hacer ninguna tarea. Ayer también tuve justificado el día, me levanté a las 10 de la mañana, tres horas más tarde de lo habitual, leí el diario que mi papá en un gesto de benevolencia me dejó en casa en vez de llevárselo con él, desayuné en el living y no en la cocina, escuché música y no la radio, tomé mate y no café con leche. Todas cosas que se hacen cuando hay más tiempo, y no cuando uno corre contra el reloj para no llegar tan tarde al trabajo. Después mi día continuó como hubiese continuado si hubiese venido también.
Hoy, un día asqueroso no sólo para trabajar sino para asomar la nariz fuera de la puerta de casa, volví a la oficina, encontré mi caja llena de trabajo, las paredes blancas y feas como siempre, el runrun del aire acondicionado calentando el ambiente, los ruidos de la calle que atraviesan la ventana tapada con unas cortinas horribles y mugrientas. A este recinto le vendría muy bien un cuadro como este: