A la mañana: suena la alarma. la apago con los típicos "cinco minutos más". Me levanto y bajo de la cama. entro al baño, lavarse la cara con agua fría, los dientes con agua fría, hacer pis. Piso el suelo frío descalza. Bostezo. Traté de acomodarme el pelo pero no pude. Lo que mata es la humedad. Voy a la cocina, inspecciono el cajón de frutas y me encuentro con dos naranjas solitarias (papá se va a enojar si las uso porque mañana no va a tener. Decido que esto no me importa). Antes de darles muerte a los cítricos intento hacer malabares. Son dos, y no entiendo el mecanismo de lanzarlas casi al mismo tiempo y agarrarlas y lanzarlas de nuevo. Se caen promedio siete veces cada una, pero están tan frías. Y son tan grandes. Finalmente las corto a la mitad y las exprimo hasta la última gota: un vaso lleno. Dos tostadas con queso descremado, calientes, olor a pan integral. Y descubro la cafetera llena, me tienta, sirvo 3/4 de taza (de bordes cuadrados) y un chorrito de leche. Todo al microondas, un minuto y medio. Edulcorante. Paseo con mi café entre las manos, sobre alfombras y baldosas. Me siento a terminarlo y se me empañan los anteojos por el vapor. Pero ¡no! ¡No limpies los anteojos en seco porque se rayan!